lunes, 25 de marzo de 2013

Acerca de la competencia


Primera parte

La opinión hace parte de la facultad del ser humano de reflexionar y, a la vez, es el ejercicio de un derecho del que no siempre hacemos uso. Voy a opinar entonces acerca de un término que es usado cada vez con más fuerza sin que, a mi parecer, se haya conceptualizado lo suficiente sobre el mismo: la competencia.
Yo he competido por ser el mejor y, en muy contadas ocasiones, lo he sido. Confieso que en esas oportunidades me enorgullecía por haber obtenido el premio, orgullo del que ahora me avergüenzo. En mi opinión, la competencia es una característica del individualismo, de la ausencia de solidaridad, así como de falta de aprecio por el otro o, lo que es lo mismo, desprecio por el otro. La academia de la lengua la define como “disputa o contienda entre dos o más personas sobre algo” u “oposición o rivalidad entre dos o más que aspiran a obtener la misma cosa.” Sin embargo, hemos llegado a convencernos de que no hay que ser buenos sino competentes. Es decir, aptos para competir. Para competir y para ganar porque, de lo contrario, no tendría sentido habernos inscrito en la competencia. Entonces resulta que no hay que ser simplemente buenos sino mejores que el otro, no importa que lo dejemos tirado. Pero si no es solamente a otro sino a varios, mejor todavía dejar el reguero. Así, más grande será el orgullo.

Hemos llegado a convencernos tanto de la “cualidad” de ser competentes ―es decir, rivales― que alentamos al hijo para que sea el mejor de la clase, no para que sea buen estudiante. No lo educamos para que haga las cosas bien sino para que las haga mejor que el otro, no importa que no estén tan bien. Después de haber cumplido con nuestro papel, como padres, de ser reproductores del concepto de competencia, el sistema educativo se lo estará repitiendo. Así, cuando se hace joven, él mismo sabe que hay que salirle adelante a sus compañeros, que debe luchar por ser el mejor bachiller. El colegio le dirá, en números, cuál es el mejor y cuál es el peor. Luego, él mismo querrá estar entre los primeros en las pruebas del ICFES, en las pruebas “del saber”. Más adelante, al presentar el examen de admisión, la universidad mostrará de manera cuantitativa cómo quedaron clasificados los aspirantes. Todo en números. Así podrá saberse quién está más “lleno” de conocimientos, no importa que todo se olvide al día siguiente del examen. De nuevo, una prueba de competencia que adquiere mayor significado si se ocupan los primeros lugares.

Pasado el examen, el joven inicia la “carrera”, que por cierto es como la llaman. Y si en esta carrera logra ser el mejor, también será premiado. El mejor, es decir, el que tenga más datos, más números a su favor. Ese será el más competente. Entonces no importa lo que haya qué hacer para lograrlo. Ahí es cuando aparece el tráfico de notas, el tráfico de títulos. Con el título en la mano se compite para ingresar a la empresa. El requisito para inscribirse en esta nueva carrera es haber ganado la anterior, no importa cómo. Así es como la misma sociedad se va encargando de que se mantenga en la mente que la competencia es fundamental para la vida. Por eso el joven, vuelto adulto, sabe bien que si logra emplearse también habrá que demostrar que se es competente, no bueno. Parece un simple manejo de términos, algo superficial, pero el fondo del asunto está bien distante de la superficie. Recuérdese que competir es dejar al otro en el camino, verlo como un rival. Esto no nos lo dicen pero está implícito, está en la mente, en el inconsciente para unos y en la conciencia para otros, para los más perversos. ¿A quién de nosotros, por ejemplo, le ha importado aquellos a los que les ganamos la carrera, esos que no lograron entrar a la empresa cuando nosotros sí? Con orgullo decimos: “fui el primero entre cien”, y hasta aumentamos el número de competidores para que se nos crezca más este sentimiento. Alguna vez nos hemos preguntado ¿qué pasó con ellos? Lo importante entonces es que cada uno salve su pellejo. ¡Vaya manera de estar preparados para la competencia! ¿Por qué será que no hay empleo para todos? ¿Será que hay por ahí algún temor de que se acabe la “competencia laboral”?

Así que, al llegar a la empresa, estamos harto avisados de que hay que competir. Entonces no nos extraña que nos hablen de las “competencias” organizacionales, más que del desarrollo de habilidades para el desempeño. Como si hubiera que disputarse con el otro quién lo hace mejor; como si hubiera que rivalizar con el otro para poder estar en la empresa.

Segunda parte

Recuerdo cuando, so pretexto de la competencia, se dijo que era necesario separar el “negocio” de las telecomunicaciones de Empresas Públicas de Medellín (EE.PP.M.) que, por cierto, ya había empezado a dejar de ser “de Medellín” para convertirse simplemente en EPM. Tres letras que para muchos nada dicen pero que a otros nos han despertado grandes suspicacias. Ya desde antes se dejaba ver la intención de que esta empresa dejara de ser de los medellinenses. Recuerdo también que, ingenuamente, muchos de mis compañeros empezaron a asumir como propio el discurso de la competencia como argumento para la escisión.

Ingenuamente porque en la vida se piensa como se quiere que pensemos. Para eso nos preparan. Para eso seguimos preparando al niño, sin atrevernos a romper esa cadena que es como una herencia maldita. Pero este último criterio dará para llenar otras tantas páginas y no quiero apartarme del camino.

Decía entonces que telecomunicaciones se separó de EPM para, supuestamente,  “poder hacerle frente a la competencia”. No importaba que asesores internacionales hubieran visto en la unidad de negocio, incluyendo telecomunicaciones, una fortaleza empresarial. UNE, la nueva empresa, abrió los ojos al mundo y empezó a mirar para todos lados. Había que hacerse grande, había que adquirir poder, única garantía para competir. Fue así como le ganó la competencia a Costavisión, en Cartagena; a Promisión, en Bucaramanga; a Visión Satélite, en Cali; a EPM Bogotá, en la Capital; a Emtelsa, en Manizales. Nada quedó de ellas, como empresas propias de las mencionadas ciudades. Una empresa como EE.PP.M. que fue creada hace muchos años para beneficio de la comunidad, ahora dejaba a otras comunidades sin lo que otrora fuera su patrimonio. Y todo a título de la competencia. Pero no importaba pues, por muy paradójico que resultara, esas comunidades no eran las nuestras. De ellas, una minoría de trabajadores entraron a UNE y del resto se dejó el reguero. Un reguero de desempleados del cual poco o nada volvimos a saber, ni tampoco era algo que nos preocupara. Al fin y al cabo, estábamos en competencia. Y ganamos. Yo no sé qué, pero ganamos. Era lo que importaba.

Ahora se quiere que UNE, que es la sumatoria de esas empresas y otras más, se diluya. ¿Qué pasó entonces con el afán de competir? ¿A dónde queríamos llegar? ¿Acaso el propósito era entregarle el “negocio” de las telecomunicaciones de todo el país a una multinacional? ¿Ese es el aporte que UNE le hará al País antes de morir? Pareciera como si dejarse absorber por el otro fuera una táctica más para ganar la competencia. Es como si nos dijeran que, después de muertos, todavía podemos seguir compitiendo. Definitivamente, cada vez entiendo menos el alcance que se le está dando a este concepto.


Mariohernán Valencia Alzate